domingo, 9 de septiembre de 2007

El niño (2ªparte)


Miré por encima de mi libro al pasar una página y descubrí una imagen, que me hizo bajarlo del todo, que me dejó suspendida un buen rato en el tiempo. El niño que antes se había sentado enfrente de mí, se había levantado, ahora estaba de perfil, frente a los cristales del tren. Levantaba la camiseta y sacaba barriga, ahora gordo…ahora delgado, y contenía toda la respiración hasta que se le marcaban las costillas, pasó a ser el culturista más musculoso de todos los tiempos, apretaba los dientes y los puños, como si el crecimiento de sus bíceps dependiese de ello, no se si era Hulk, y de repente era spiderman, poses, gestos, palabras sueltas, en tonos fuertes era un monstruo feroz , en tonos suaves y agudos era un inocente inofensivo que no quería morir, miraba su reflejo en el cristal del tren y podría decir, que en aquel momento ese niño no era el niño que viajaba en el tren sino cada personaje que veía enfrente. Cuando somos niños podemos ser lo que queramos, siempre tenemos la certeza de que seremos de mayores lo que deseamos ser. Después, perdemos un poco el norte y por desgracia acabamos rompiendo esos espejos. Se echaba todo el pelo hacia la cara y se lo recogía todo bajo sus manos – estoy rapado, o no…soy calvo!- y volvía a ser un gran hombre musculoso.
La madre del niño tiró un poco de su jersey, respondiendo a la llamada de atención, sin dejar su entretenimiento el niño se sentó, desde su sitio no dejó ni un momento las muecas, las imitaciones, las pruebas de cómo quedaría si llevase bigote, y si no tuviese orejas, y si…
Yo no pude dejar de mirarlo, ni parpadeaba, ya había dejado completamente el libro, con el sentido de la vista únicamente activado empecé a preguntarme donde había quedado ese niño. Me entristecí al no tener una respuesta nítida al cuestionarme cuándo había perdido yo el pudor de esa manera por última vez.
Y me pregunté una y otra vez, en qué lugar, en qué momento, en qué horrible y desafortunado momento, en qué trágico paso que damos en la vida perdemos todo eso.
Aún no he dejado de preguntármelo, cuándo dejamos de soñar con ser héroes para querer aparentar ser millonarios, cuándo empezamos a colocarnos esa coraza impenetrable de la que habla Susana en su libro, cuándo dejamos de desfilar frente a los espejos, de hacer muecas frente a los escaparates, de ser cuanto queramos por un momento, cuándo dejamos de ver nuestro reflejo. ¿Cuándo perdemos tan valiosa genialidad carente de vergüenza? Supongo que en el mismo momento, en el mismo paso en el que Eva y Adán descubrieron avergonzados que estaban desnudos.
Cuando crezcas Ángel, llevate siempre a ese niño contigo, no pases a ser un autómata más, se quien tú quieras ser.

viernes, 7 de septiembre de 2007

El niño (1ªparte)


Por una vez llegaba con tiempo de sobra a pillar el tren, puede parecer una tontería, pero al ver el reloj de la estación me sentí tan orgullosa que dije hoy dosis extra, me pasé por el kiosco y después entré. Tomé asiento y sin perder un minuto me puse a leer. De fondo, como de otro mundo, escuchaba la gente que iba entrando sin atender demasiado a sus conversaciones, un grupo de chicas, dos señores que hablaban de pesca, uno al móvil, alguna gente más y tres señoras que acompañaban a un niño, ellas discutían sobre no se qué, se dirigieron a sentarse a mi alrededor, así que aparté la vista un poco del libro y les sonreí levemente, nunca se si saludar en esos casos o seguir a lo mío. El niño de unos 5 o 6 años no dejaba de mirar mi bolsita llena de chucherías, se sentó enfrente de mí, así que le acerqué la bolsita y le dije venga píllate lo que quieras, y como no podía ser de otra forma escogió de esas cápsulas rojas de caramelo, al instante recordé la reacción de mi niña cuando las había probado al descubrir su interior de regaliz negra, lo miré y era tarde, así que también le ofrecí un pañuelo de papel, que llegó justo en el momento en que empezaba a poner esa cara de desagrado y esa mirada fija que, sin saberlo ni quererlo dice “¿dios, que mierda me has dado?”Por supuesto al instante la escupió en el pañuelo encogiéndolo con su manita y sin dejar de mirarme, pero esta vez diciéndome con sus ojitos “siento tirarlo, pero sabía muy mal…”- Ángel! si no te gusta para qué lo coges? – le dijo, supongo que su madre, a mi me hizo mucha gracia la situación, sonriendo asumí las culpas –lo siento, debí darme cuenta antes, que no suele gustar mucho a los niños, estas de regaliz negra, pican un poco además- le ofrecí de otras que seguro que le gustarían, pero estaba demasiado reciente su decepción de la apetecible cápsula roja, así que esta vez se negó a coger. Seguí leyendo y sonriendo, recordando esa carita de desagrado que yo también había puesto en su día, cuántas veces aun sabiendo que hay un montón de cosas que nos gustan vamos directos a la que desconocemos pero que apetece como ninguna?, de todas formas seguro que a ese niño le encantará más adelante la regaliz negra, como a mí y como a mi niña. Seguro que volverá a apetecerle, recordará este momento y volverá a probarla a espaldas de su madre para evitar el..."Ángel, no cojas esa que sabes que no te gusta!. Lo mismo en el fondo no nos gusta, pero nos negamos a que algo que tiene tan buena pinta pueda tener mal sabor, quien sabe…

Nosotros o salvar el amor


Pero ante todo, debemos salvar primero al amor. Salvarlo de nosotros mismos, de nuestra vacuidad, de nuestra indiferencia. Salvarlo de la lenta agonía de la rutina. Hacerle un espacio a la injusticia, aceptar mansamente nuestros recelos y olvidos. Salir a buscarte y esperarte cansado. Si te repito tantas veces que te quiero, no es para que se acabe la magia, ni para ganarme con cada instante un nuevo recoveco en tu cuerpo. Es para ante todo, salvar primero al amor. Cuando descubras mi marca en tu cuerpo, y recuerdes también mi lengua en tus orificios, yo estaré lejos, pero deseándote conmigo. No me extrañes porque te hablo bonito, porque dices que soy distinto. Extrañame renegón y callado. No por mi risa, ni por mis manos, si no todo lo contrario, necesitame contigo por todo lo malo. Porque a lo bueno cualquiera se acostumbra, cualquiera, pero no a lo malo. Entonces sabré realmente que me quieres, y que me necesitas, a mí, completo, sin adornos forzados, ni metáforas distintas que oculten una mentira. Después de todo, tal vez después de todo, no seas un sentimiento guardado, y puedas besarme y ser libre, y puedas amarme y volar, y viajar, y vivir, y vibrar, y virar, y volver y ser libre. Quererme ya sin desengaños, ni sentimientos encontrados. Que yo te quiero toda, mala y mía. Amarnos desde el otro lado de la avenida. Aún estando solos o muriéndonos de frío. Pero ante todo, y muy por encima de todo, debemos salvar, primero al amor.

El Rafa

El Sol


En algún lugar de Pennsylvania, Anne Mirak trabaja como ayudante del sol. Ella está en el oficio desde que tiene memoria. Al fin de cada noche, Anne alza sus brazos y empuja al sol, para que irrumpa en el cielo; y al fin de cada día, bajando los brazos, acuesta al sol en el horizonte.
Era muy chiquita cuando empezó esta tarea y jamás ha faltado a su trabajo, porque ella sabe que el sol la necesita.
Hace medio siglo, la declararon loca. Desde entonces, Anne ha pasado por varios manicomios, ha sido tratado por diversos psiquiatras y ha engullido muchísimos psicofármacos. Nunca consiguieron curarla. Menos mal.


Eduardo Galeano

jueves, 6 de septiembre de 2007

Demasiado Tarde

Puede ser que nieve este verano
y que por las noches salga el sol
todo es más posible a que volvamos
a sentir amor.

Puede que en la acera salga flores
y que el tiempo para en tu reloj
eso no te evitará que llores
sin una razón.

Y aunque digas lo que sufres
y aunque nunca sufras lo que yo
puede que me odies pero no me juzgues
si te digo adiós.

Puede estar lloviendo año tras año
en algún lugar del corazón
y que colecciones desengaños
en frascos de alcohol.

Puede que recuerdes muchos días
y lo que dije ayer escuches hoy
demasiado tarde para nuestars vidas
porque ya me voy.

Enrique Urquijo.

martes, 4 de septiembre de 2007

Fin de la fantasía


Este cuerpo no volverá a empezar de nuevo. Al tocar las cuencas de sus ojos, uno nota que un montón de tierra está más vivo, ya que, incluso al alba, la tierra no hace sino guardar silencio en su interior. Pero un cadáver es un resto de demasiados despertares. No tenemos más que esta virtud: comenzar cada día la vida -ante la tierra, bajo un cielo que calla-, esperando un despertar. Se asombra alguien de que el alba implique tanto esfuerzo; de despertar en despertar, una labor ha sido efectuada. Pero vivimos solamente para darnos en un estremecimiento al trabajo futuro y despertar, de una vez, la tierra. Y alguna vez ocurre. Después vuelve a callar con nosotros. Si al rozar aquel rostro la mano no estuviese insegura -viva mano que siente la vida si toca-, si de veras aquel frío no fuese otra cosa que el frío de la tierra, en el alba que hiela la tierra, tal vez eso sería un despertar y las cosas que callan bajo el alba dirían todavía palabras. Pero tiembla mi mano y entre todas las cosas se asemeja a la mano inmóvil. Otras veces, despertarse al alba era un dolor seco, un jirón de luz, pero era asimismo una liberación. La avara palabra de la tierra era alegre, en un rápido instante, y morir era todavía regresar a ella. Ahora, el cuerpo que espera es un resto de demasiados despertares y no regresa a la tierra. Ni siquiera lo dicen los labios endurecidos.
Cesare Pavese