viernes, 19 de octubre de 2007

LOS LUNES DE OCTUBRE

Hoy me perdí en mil recuerdos
que no dejan dormir.
¡Cuánto veneno!
Pa sonreír son malos tiempos
Otoño ya está aquí¡
Cuántos tormentos!
¿Dónde coño te escondes, felicidad?
Los lunes de octubre
donde estarás
¿Dónde coño te escondes, felicidad?
Me condenas a muerte de soledad.
Pa caminar valen los sueños.
Y no me quedan más.
Llévame a hombros.
Es tarde ya para tus besos.
Fui perro para ti,No quiero huesos.
La Fuga

CALLEJÓN


Del oscuro callejón provenía aquel grito de auxilio y no me lo pensé dos veces aunque no me las doy de valiente ni arrojado.
Ella sostenía un forcejeo con un tipo flaco y mal vestido. Grité para asustarle antes de abalanzarme sobre él y debió de ser en ese mismo momento cuando recibí el terrible golpe en la cabeza.
Volví a la vida al parecer bastantes horas después y en el hospital, durante muchos días, no fui capaz de recordar nada de lo sucedido, ni siquiera mi nombre.
La mujer que había intentado auxiliar no se separaba de mí, según me dijeron luego. Desapareció cuando recobré la memoria. Había dejado una nota en la recepción del hospital:
“Le ruego me perdone por haberle golpeado y haber puesto en peligro su vida --decía--. Es terrible para una madre verse atacada por su propio hijo y sentirse deudora, hasta tal extremo, de un instinto de conservación tan atávico. Desde que era un niño nunca pude soportar que nadie le pusiera la mano encima”.

Luis Mateo Díez

¿COMO CRECER?


Un rey fue hasta su jardín y descubrió que sus árboles, arbustos y flores se estaban muriendo.El Roble le dijo que se moría porque no podía ser tan alto como el Pino.Volviéndose al Pino, lo halló caído porque no podía dar uvas como la Vid. Y la Vid se moría porque no podía florecer como la Rosa.La Rosa lloraba porque no podía ser alta y sólida como el Roble. Entonces encontró una planta, una Fresia, floreciendo y más fresca que nunca.El rey preguntó:¿Cómo es que creces saludable en medio de este jardín mustio y sombrío?No lo sé. Quizás sea porque siempre supuse que cuando me plantaste, querías fresias. Si hubieras querido un Roble o una Rosa, los habrías plantado. En aquel momento me dije: "Intentaré ser Fresia de la mejor manera que pueda".

Ahora es tu turno. Estás aquí para contribuir con tu fragancia. Simplemente mirate a ti mismo.No hay posibilidad de que seas otra persona.Puedes disfrutarlo y florecer regado con tu propio amor por ti, o puedes marchitarte en tu propia condena...

Jorge Bucay

domingo, 9 de septiembre de 2007

El niño (2ªparte)


Miré por encima de mi libro al pasar una página y descubrí una imagen, que me hizo bajarlo del todo, que me dejó suspendida un buen rato en el tiempo. El niño que antes se había sentado enfrente de mí, se había levantado, ahora estaba de perfil, frente a los cristales del tren. Levantaba la camiseta y sacaba barriga, ahora gordo…ahora delgado, y contenía toda la respiración hasta que se le marcaban las costillas, pasó a ser el culturista más musculoso de todos los tiempos, apretaba los dientes y los puños, como si el crecimiento de sus bíceps dependiese de ello, no se si era Hulk, y de repente era spiderman, poses, gestos, palabras sueltas, en tonos fuertes era un monstruo feroz , en tonos suaves y agudos era un inocente inofensivo que no quería morir, miraba su reflejo en el cristal del tren y podría decir, que en aquel momento ese niño no era el niño que viajaba en el tren sino cada personaje que veía enfrente. Cuando somos niños podemos ser lo que queramos, siempre tenemos la certeza de que seremos de mayores lo que deseamos ser. Después, perdemos un poco el norte y por desgracia acabamos rompiendo esos espejos. Se echaba todo el pelo hacia la cara y se lo recogía todo bajo sus manos – estoy rapado, o no…soy calvo!- y volvía a ser un gran hombre musculoso.
La madre del niño tiró un poco de su jersey, respondiendo a la llamada de atención, sin dejar su entretenimiento el niño se sentó, desde su sitio no dejó ni un momento las muecas, las imitaciones, las pruebas de cómo quedaría si llevase bigote, y si no tuviese orejas, y si…
Yo no pude dejar de mirarlo, ni parpadeaba, ya había dejado completamente el libro, con el sentido de la vista únicamente activado empecé a preguntarme donde había quedado ese niño. Me entristecí al no tener una respuesta nítida al cuestionarme cuándo había perdido yo el pudor de esa manera por última vez.
Y me pregunté una y otra vez, en qué lugar, en qué momento, en qué horrible y desafortunado momento, en qué trágico paso que damos en la vida perdemos todo eso.
Aún no he dejado de preguntármelo, cuándo dejamos de soñar con ser héroes para querer aparentar ser millonarios, cuándo empezamos a colocarnos esa coraza impenetrable de la que habla Susana en su libro, cuándo dejamos de desfilar frente a los espejos, de hacer muecas frente a los escaparates, de ser cuanto queramos por un momento, cuándo dejamos de ver nuestro reflejo. ¿Cuándo perdemos tan valiosa genialidad carente de vergüenza? Supongo que en el mismo momento, en el mismo paso en el que Eva y Adán descubrieron avergonzados que estaban desnudos.
Cuando crezcas Ángel, llevate siempre a ese niño contigo, no pases a ser un autómata más, se quien tú quieras ser.

viernes, 7 de septiembre de 2007

El niño (1ªparte)


Por una vez llegaba con tiempo de sobra a pillar el tren, puede parecer una tontería, pero al ver el reloj de la estación me sentí tan orgullosa que dije hoy dosis extra, me pasé por el kiosco y después entré. Tomé asiento y sin perder un minuto me puse a leer. De fondo, como de otro mundo, escuchaba la gente que iba entrando sin atender demasiado a sus conversaciones, un grupo de chicas, dos señores que hablaban de pesca, uno al móvil, alguna gente más y tres señoras que acompañaban a un niño, ellas discutían sobre no se qué, se dirigieron a sentarse a mi alrededor, así que aparté la vista un poco del libro y les sonreí levemente, nunca se si saludar en esos casos o seguir a lo mío. El niño de unos 5 o 6 años no dejaba de mirar mi bolsita llena de chucherías, se sentó enfrente de mí, así que le acerqué la bolsita y le dije venga píllate lo que quieras, y como no podía ser de otra forma escogió de esas cápsulas rojas de caramelo, al instante recordé la reacción de mi niña cuando las había probado al descubrir su interior de regaliz negra, lo miré y era tarde, así que también le ofrecí un pañuelo de papel, que llegó justo en el momento en que empezaba a poner esa cara de desagrado y esa mirada fija que, sin saberlo ni quererlo dice “¿dios, que mierda me has dado?”Por supuesto al instante la escupió en el pañuelo encogiéndolo con su manita y sin dejar de mirarme, pero esta vez diciéndome con sus ojitos “siento tirarlo, pero sabía muy mal…”- Ángel! si no te gusta para qué lo coges? – le dijo, supongo que su madre, a mi me hizo mucha gracia la situación, sonriendo asumí las culpas –lo siento, debí darme cuenta antes, que no suele gustar mucho a los niños, estas de regaliz negra, pican un poco además- le ofrecí de otras que seguro que le gustarían, pero estaba demasiado reciente su decepción de la apetecible cápsula roja, así que esta vez se negó a coger. Seguí leyendo y sonriendo, recordando esa carita de desagrado que yo también había puesto en su día, cuántas veces aun sabiendo que hay un montón de cosas que nos gustan vamos directos a la que desconocemos pero que apetece como ninguna?, de todas formas seguro que a ese niño le encantará más adelante la regaliz negra, como a mí y como a mi niña. Seguro que volverá a apetecerle, recordará este momento y volverá a probarla a espaldas de su madre para evitar el..."Ángel, no cojas esa que sabes que no te gusta!. Lo mismo en el fondo no nos gusta, pero nos negamos a que algo que tiene tan buena pinta pueda tener mal sabor, quien sabe…

Nosotros o salvar el amor


Pero ante todo, debemos salvar primero al amor. Salvarlo de nosotros mismos, de nuestra vacuidad, de nuestra indiferencia. Salvarlo de la lenta agonía de la rutina. Hacerle un espacio a la injusticia, aceptar mansamente nuestros recelos y olvidos. Salir a buscarte y esperarte cansado. Si te repito tantas veces que te quiero, no es para que se acabe la magia, ni para ganarme con cada instante un nuevo recoveco en tu cuerpo. Es para ante todo, salvar primero al amor. Cuando descubras mi marca en tu cuerpo, y recuerdes también mi lengua en tus orificios, yo estaré lejos, pero deseándote conmigo. No me extrañes porque te hablo bonito, porque dices que soy distinto. Extrañame renegón y callado. No por mi risa, ni por mis manos, si no todo lo contrario, necesitame contigo por todo lo malo. Porque a lo bueno cualquiera se acostumbra, cualquiera, pero no a lo malo. Entonces sabré realmente que me quieres, y que me necesitas, a mí, completo, sin adornos forzados, ni metáforas distintas que oculten una mentira. Después de todo, tal vez después de todo, no seas un sentimiento guardado, y puedas besarme y ser libre, y puedas amarme y volar, y viajar, y vivir, y vibrar, y virar, y volver y ser libre. Quererme ya sin desengaños, ni sentimientos encontrados. Que yo te quiero toda, mala y mía. Amarnos desde el otro lado de la avenida. Aún estando solos o muriéndonos de frío. Pero ante todo, y muy por encima de todo, debemos salvar, primero al amor.

El Rafa

El Sol


En algún lugar de Pennsylvania, Anne Mirak trabaja como ayudante del sol. Ella está en el oficio desde que tiene memoria. Al fin de cada noche, Anne alza sus brazos y empuja al sol, para que irrumpa en el cielo; y al fin de cada día, bajando los brazos, acuesta al sol en el horizonte.
Era muy chiquita cuando empezó esta tarea y jamás ha faltado a su trabajo, porque ella sabe que el sol la necesita.
Hace medio siglo, la declararon loca. Desde entonces, Anne ha pasado por varios manicomios, ha sido tratado por diversos psiquiatras y ha engullido muchísimos psicofármacos. Nunca consiguieron curarla. Menos mal.


Eduardo Galeano

jueves, 6 de septiembre de 2007

Demasiado Tarde

Puede ser que nieve este verano
y que por las noches salga el sol
todo es más posible a que volvamos
a sentir amor.

Puede que en la acera salga flores
y que el tiempo para en tu reloj
eso no te evitará que llores
sin una razón.

Y aunque digas lo que sufres
y aunque nunca sufras lo que yo
puede que me odies pero no me juzgues
si te digo adiós.

Puede estar lloviendo año tras año
en algún lugar del corazón
y que colecciones desengaños
en frascos de alcohol.

Puede que recuerdes muchos días
y lo que dije ayer escuches hoy
demasiado tarde para nuestars vidas
porque ya me voy.

Enrique Urquijo.

martes, 4 de septiembre de 2007

Fin de la fantasía


Este cuerpo no volverá a empezar de nuevo. Al tocar las cuencas de sus ojos, uno nota que un montón de tierra está más vivo, ya que, incluso al alba, la tierra no hace sino guardar silencio en su interior. Pero un cadáver es un resto de demasiados despertares. No tenemos más que esta virtud: comenzar cada día la vida -ante la tierra, bajo un cielo que calla-, esperando un despertar. Se asombra alguien de que el alba implique tanto esfuerzo; de despertar en despertar, una labor ha sido efectuada. Pero vivimos solamente para darnos en un estremecimiento al trabajo futuro y despertar, de una vez, la tierra. Y alguna vez ocurre. Después vuelve a callar con nosotros. Si al rozar aquel rostro la mano no estuviese insegura -viva mano que siente la vida si toca-, si de veras aquel frío no fuese otra cosa que el frío de la tierra, en el alba que hiela la tierra, tal vez eso sería un despertar y las cosas que callan bajo el alba dirían todavía palabras. Pero tiembla mi mano y entre todas las cosas se asemeja a la mano inmóvil. Otras veces, despertarse al alba era un dolor seco, un jirón de luz, pero era asimismo una liberación. La avara palabra de la tierra era alegre, en un rápido instante, y morir era todavía regresar a ella. Ahora, el cuerpo que espera es un resto de demasiados despertares y no regresa a la tierra. Ni siquiera lo dicen los labios endurecidos.
Cesare Pavese

miércoles, 20 de junio de 2007

Sueños


Sueños rojos, azules y verdes,
Tengo sueños de todos los colores.
Sueños blancos y sueños rosados
Para todas las pibas de Flores.
Hay un sueño, tan largo
Que al soñarlo se escapa la vida.
Y uno corto que es como un suspiro
Quien lo sueña, sueña que suspira.
En esta canasta yo traigo, señores los sueños famosos del barrio de Flores.
Tengo un sueño, dorado, imposible,
Tan hermoso que todos lo quieren
Y otro negro, perverso y terrible:
El que no se despierta se muere.
Tengo aquí, para dar a los pobres Lujosísimos sueños reales.
Son los mismos que sueñan los reyes,
al soñar somos todos iguales.
En esta canasta yo traigo, señores, los sueños famosos del barrio de Flores.

(lo siento no recuerdo el autor, pero la imagen es mía, jajaja)

Poema de los dones

Nadie rebaje a lágrima o reproche
Esta declaración de la maestría
De Dios, que con magnífica ironía
Me dio a la vez los libros y la noche.
De esta ciudad de libros hizo dueños
A unos ojos sin luz, que sólo pueden
Leer en las bibliotecas de los sueños
Los insensatos párrafos que ceden
Las albas a su afán. En vano el día
Les prodiga sus libros infinitos,
Arduos como los arduos manuscritos
Que perecieron en Alejandria.
De hambre y de sed (narra una historia griega)
Muere un rey entre fuentes y jardines;
Yo fatigo sin rumbo los confines
De esa alta y honda biblioteca ciega.
Enciclopedias, atlas, el Oriente
Y el Occidente, siglos, dinastías,
Símbolos, cosmos y cosmogonías
Brindan los muros, pero inútilmente.
Lento en mi sombra, la penumbra hueca
Exploro con el báculo indeciso,
Yo, que me figuraba el Paraíso
Bajo la especie de una biblioteca.
Algo, que ciertamente no se nombra
Con la palabra azar, rige estas cosas;
Otro ya recibió en otras borrosas
Tardes los muchos libros y la sombra.
Al errar por las lentas galerías
Suelo sentir con vago horror sagrado
Que soy el otro, el muerto, que habrá dado
Los mismos pasos en los mismos días.
¿Cuál de los dos escribe este poema
De un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
si es indiviso y uno el anatema?
Groussac o Borges, miro este querido
Mundo que se deforma y que se apaga
En una pálida ceniza vaga
Que se parece al sueño y al olvido.
(De «El Hacedor»)

Jorge Luis Borges

lunes, 18 de junio de 2007

El perro y el frasco


-Lindo perro mío, buen perro, chucho querido, acércate y ven a respirar un excelente perfume, comprado en la mejor perfumería de la ciudad.
Y el perro, meneando la cola, signo, según creo, que en esos mezquinos seres corresponde a la risa y a la sonrisa, se acerca y pone curioso la húmeda nariz en el frasco destapado; luego, echándose atrás con súbito temor, me ladra, como si me reconviniera.
-¡Ah miserable can! Si te hubiera ofrecido un montón de excrementos los hubieras husmeado con delicia, devorándolos tal vez. Así tú, indigno compañero de mi triste vida, te pareces al público, a quien nunca se ha de ofrecer perfumes delicados que le exasperen, sino basura cuidadosamente elegida.

CUERPO Y ALMA



Un hombre y una mujer se sentaron junto a una ventana abierta a la primavera. Se sentaron uno junto al otro. Y la mujer dijo:
-Te amo. Eres bello y rico, y estás siempre bien ataviado.
Y el hombre, dijo:
-Te amo. Eres un bello pensamiento, algo demasiado etéreo para sostenerlo en la mano, y una canción en mis sueños. Mas, la mujer se levantó con furia y replicó:
-Señor, por favor dejadme ya. No soy un pensamiento, ni una cosa que pasa por tus sueños. Soy una mujer. Preferiría que me desearas como esposa y madre de niños no nacidos aún.
Y se separaron.
Y el hombre hablaba en su corazón: "He aquí otro sueño que se convierte en humo".
Y la mujer decía: "Bien. ¿Y qué decir de un hombre que se convierte en humo y sueños?"

GIBRÁN KHALIL GIBRÁN

El loco y la Venus



¡Qué admirable día! El vasto parque desmaya ante la mirada abrasadora del Sol, como la juventud bajo el dominio del Amor.
El éxtasis universal de las cosas no se expresa por ruido ninguno; las mismas aguas están como dormidas. Harto diferente de las fiestas humanas, ésta es una orgía silenciosa.
Diríase que una luz siempre en aumento da a las cosas un centelleo cada vez mayor; que las flores excitadas arden en deseos de rivalizar con el azul del cielo por la energía de sus colores, y que el calor, haciendo visibles los perfumes, los levanta hacia el astro como humaredas.

Pero entre el goce universal he visto un ser afligido.
A los pies de una Venus colosal, uno de esos locos artificiales, uno de esos bufones voluntarios que se encargan de hacer reír a los reyes cuando el remordimiento o el hastío los obsesiona, emperejilado con un traje brillante y ridículo, con tocado de cuernos y cascabeles, acurrucado junto al pedestal, levanta los ojos arrasados en lágrimas hacia la inmortal diosa.
Y dicen sus ojos: Soy el último, el más solitario de los seres humanos, privado de amor y de amistad; soy inferior en mucho al animal más imperfecto. Hecho estoy, sin embargo, yo también, para comprender y sentir la inmortal belleza. ¡Ay! ¡Diosa! ¡Tened piedad de mi tristeza y de mi delirio!»
Pero la Venus implacable mira a lo lejos no sé qué con sus ojos de mármol.


Baudelaire, Charles

viernes, 15 de junio de 2007

Despiertas

Adiós. Hasta otra vez o nunca.
Quién sabe qué será,
y en qué lugar de niebla.
Si habremos de tocarnos para reconocernos.
Si sabremos besamos por falta de tristeza.
Todo lo llevas con tu cuerpo.
Todo lo llevas.
Me dejas naufragando en esta nada
inmensa.
Cómo desaparece el monte
-me dejas…-,
se hunde el río
-…en esta…-,
se desintegra la ciudad.
Despiertas.
Angel González

Mientras yo exista

Mientras tú existas,
mientras mi mirada
te busque más allá de las colinas,
mientras nada
me llene el corazón,
si no es tu imagen, y haya
una remota posibilidad de que estés viva
en algún sitio, iluminada
por una luz -cualquiera...
Mientras
yo presienta que eres y te llamas
así, con ese nombre tuyo
tan pequeño,
seguiré como ahora, amada
mía,
transido de distancia,
bajo este amor que crece y no se muere,
bajo este amor que sigue y nunca acaba.
Angel González

El lirio azul ( version valenciana)



Había vez y vez un Rey que tenía tres hijos, a los que dijo que daría la corona a aquel de los tres que le trajese el lirio azul.
Echáronse los hijos cada cual por distinto rumbo a buscarlo por esos mundos.
El más chico encontró la flor y se la metió muy contento dentro de la media, por si encontraba a sus hermanos, que no la vieran. En medio de un arroyo seco se lo encontraron, y conocieron ellos que llevaba la flor, y se dijo uno a otro:
-¿Qué haremos para quitársela y ganarnos la corona?
El otro respondió:
-Matarle.
Y así lo hicieron, enterrándolo después en la arena.
Como eran dos, y una sola la flor, echaron a suertes a ver quién la ganaba, y le favoreció al mayor. Se fue muy contento a su casa, y cuando llegó y le dio a su padre la flor, el Rey le declaró heredero de la corona.
En esto pasó un pastor por el sitio en que estaba enterrado el hermano más chico, y vio que salía de la tierra una cañita blanca, la que arrancó e hizo con ella una flauta. La tocó, y decía:
Toca, toca, bon pastor,
y no ennamenes
per la flor del lliri blau;
man mort en riu de arenes.

Fue tocando esto hasta pasar delante del palacio del Rey, y este, habiendo oído la flauta, salió a llamar al pastor, y le dijo:
-Sube a tocarme esa flauta, que quiero oírla.
Entró el pastor y se puso a tocarla, y repitió su canción. Mandó llamar el Rey a sus hijos, y le dijo al pastor que le dijere de dónde había sacado aquella flauta. El pastor los llevó al sitio donde había encontrado su flauta, y el Rey dijo a sus hijos:
-¿Sois vosotros los que habéis muerto a vuestro hermano?
Pero ellos dijeron que no.
Su padre mandó que levantaran la arena en aquel lugar, y encontraron al niño vivo y sano, sólo faltándole un dedo que había quedado fuera cuando lo enterraron, y era el que había servido para hacer la flauta, y el padre dio la corona al niño y castigó a sus hermanos.
Vivió y reinó muchos años, pero siempre sin un dedo.
Cuento contado, ya se ha acabado, y por la chimenea se fue al terrado.

miércoles, 13 de junio de 2007

El Loco

Me preguntáis como me volví loco. Así sucedió:
Un día, mucho antes de que nacieran los dioses, desperté de un profundo sueño y descubrí que me habían robado todas mis máscaras -si; las siete máscaras que yo mismo me había confeccionado, y que llevé en siete vidas distintas-; corrí sin máscara por las calles atestadas de gente, gritando:
-¡Ladrones! ¡Ladrones! ¡Malditos ladrones!
Hombres y mujeres se reían de mí, y al verme, varias personas, llenas de espanto, corrieron a refugiarse en sus casas. Y cuando llegué a la plaza del mercado, un joven, de pie en la azotea de su casa, señalándome gritó:
-Miren! ¡Es un loco!
Alcé la cabeza para ver quién gritaba, y por vez primera el sol besó mi desnudo rostro, y mi alma se inflamó de amor al sol, y ya no quise tener máscaras. Y como si fuera presa de un trance, grité:
-¡Benditos! ¡Benditos sean los ladrones que me robaron mis máscaras!
Así fue que me convertí en un loco.
Y en mi locura he hallado libertad y seguridad; la libertad de la soledad y la seguridad de no ser comprendido, pues quienes nos comprenden esclavizan una parte de nuestro ser.
Pero no dejéis que me enorgullezca demasiado de mi seguridad; ni siquiera el ladrón encarcelado está a salvo de otro ladrón.
GIBRÁN KHALIL GIBRÁN

jueves, 7 de junio de 2007

A la orilla de la chimenea

Puedo ponerme cursi y decir
que tus labios me saben igual
que los labios que beso en mis sueños,
puedo ponerme triste y decir
que me basta con ser tu enemigo, tu todo,
tu esclavo, tu fiebre, tu dueño.
Y si quieres tambien
puedo ser tu estación y tu tren,
tu mal y tu bien, tu pan y tu vino,
tu pecado, tu dios, tu asesino...
o tal vez esa sombra
que se tumba a tu lado en la alfombra
a la orilla de la chimenea
a esperar que suba la marea.
Puedo ponerme humilde y decir
que no soy el mejor
que me falta valor
para atarte a mi cama,
puedo ponerme digno y decir
-"toma mi direccion cuando te hartes de amores baratos
de un rato... me llamas".-
Y si quieres también
puedo ser tu trapecio y tu red,
tu adiós y tu "ven",
tu manta y tu frío,
tu resaca, tu lunes, tu hastío...
o tal vez ese viento
que te arranca del aburrimiento
y te deja abrazada a una duda,
en mitad de la calle y desnuda.
y si quieres también
puedo ser tu abogado y tu juez,
tu miedo y tu fe
tu noche y tu día.
Tu rencor, tu por qué, tu agonía...
o tal vez esa sombra
que se tumba a tu lado en la alfombra
a la orilla de la chimenea
a esperar que suba la marea.
Joaquin Sabina

miércoles, 6 de junio de 2007

El soldado


Había perdido en la guerra brazos y piernas. Y allí estaba, colocado dentro de una bolsa con sólo la cabeza fuera. Los del hospital para veteranos le compadecían, mientras él, en su bolsa, pendía del techo y oscilaba como un péndulo medidor de tragedias. Pidió que lo declarasen muerto y su familia recibió, un mal día, el telegrama del Army: "Sargento James Tracy, Viet-Nam. Murió en combate".
El padre lloró amargamente y pensó para sí: "Hubiera yo preferido parirlo sin brazos ni piernas; así jamás habría tenido que ir a un campo de batalla".

Marcio Veloz Maggiolo

lunes, 4 de junio de 2007

Las gafas



Tengo gafas para ver verdades. Como no tengo costumbre no las uso nunca.
Sólo una vez...
Mi mujer dormía a mi lado.
Puestas las gafas, la miré.
La calavera del esqueleto que yacía debajo de las sabanas roncaba a mi lado, junto a mí.
El hueso redondo sobre la almohada tenía los cabellos de mi mujer, con los rulos de mi mujer.
Los dientes descarnados que mordían el aire a cada ronquido, tenían la prótesis de platino de mi mujer.
Acaricié los cabellos y palpé el hueso procurando no entrar en las cuencas de los ojos: no cabía duda, aquello era mi mujer.
Dejé las gafas, me levanté, y estuve paseando hasta que el sueño me rindió y me volvió a la cama.
Desde entonces, pienso mucho en las cosas de la vida y de la muerte.
Amo a mi mujer, pero si fuera más joven me metería a monje

Matías García Megías

domingo, 27 de mayo de 2007

Un viaje demasiado largo


Aquel día estaba nublado, como hoy. Dicen que un día nublado te hunde aún más cuando sufres una pena, que aunque así lo deseen los melancólicos, esos días son mortíferos, pero quien iba a saber. Su mirada se perdía poco más allá de la ventanilla del tren, en un punto de ninguna parte. Estaba triste quizá, pero pronto esbozó una sonrisa a medias, de esas que te surgen aunque no quieras al recordar algo, ¿pasión?, ¿ternura?, ¿alguna broma? ¿Pasajes de su vida? ¿Qué estaría recordando? Imaginé que esa media sonrisa en el sordo traqueteo del tren podría deberse al silencio interior que conservaba. Quizá para ella era uno de esos días en que despiertas en un falso silencio cálido, del que no quieres salir, seguro que era eso, seguro que intentará guardar todo el día esa sensación de unos brazos protectores que la mecen sin moverse. Todos hemos tenido días de esos en los que no se quiere despertar, o al menos no se quiere salir de ese halo reconfortante que te envuelve. Había cambiado otra vez su semblante, primero de resignación, y luego de…no sabría explicarlo bien, no soy escritora, solo observaba, pero creo que tenia un atisbo de pena interior, mientras su rostro arqueaba suavemente las cejas, asemejaba a la cara que pone un niño cuando ha hecho algo mal y le duele la regañina, si, creo que era algo así, como en palabras un “lo siento pero es así…”.
El tren ya estaba a punto de pararse, al apartar su vista del punto de nada, no se fijó en el suelo, ni en los otros asientos, ni en el resto de pasajeros, fueron directos a clavarse en los míos. Me avergoncé de que me sorprendiera analizándola, y tan rápido como desperté de su mirada, aparté la vista a un lado, con el corazón agitado. Aunque no viera el paisaje no aparté la vista de la ventanilla intentando alejarme, empecé a notar su perfume, extraño, pero dulce, creo que lo había olido otras veces. De repente un roce en mi mejilla me hizo girar la cabeza bruscamente. Era su mano algo temblorosa, no había dejado de mirarme y ahora me sonreía al pasar a mi lado, una sonrisa cariñosa, pero extraña, como apretada, como ahogada. El caso es que se fue, nos miramos a los ojos a través de la ventanilla hasta que la distancia dejó de permitírnoslo, y entonces mentalmente volví a analizar cada gesto y rasgo de su cara y de su postura. Llegó mi parada, y atravesando las puertas dejé esa vida para seguir con la mía.A los tres días más o menos la recordé al sentarme en el mismo sitio, en el mismo tren, pero miré al frente y al mismo ángulo, y el sitio que había ocupado estaba vacío. No se por qué aquel día no me fijé en otra persona intentando ver su vida, entonces me quedé mirando el asiento gastado, pensando y no pensando. Llegó su parada, volví a girar la cabeza, como si fuese a pillarme otra vez por sorpresa observando. Las señoras de enfrente también miraron hacia fuera pero ellas buscando algo y comentando. A esas horas suele costarme más escuchar, pero las entendí perfectamente. –“Mira, creo que fue en uno de esos árboles. ¿Qué se le pasaría por la cabeza para suicidarse? Vino hasta aquí en tren y allí se colgó, tú mira que plan, además que era joven eh!- Me quedé atónita y pensativa, escuchando y sabiendo que era ella. Dicen que la mayoría de la gente que se ahorca aparece con las manos al cuello en un último intento de soltarse de la soga que ellos mismos se han colocado, se supone que es un acto reflejo. Es la vida, que hasta el último momento lucha por mantenerse. En cambio ella, apareció con las manos a los lados, con los brazos extendidos, y en la cara media sonrisa.

...Algo muy grave va a sucederle a este pueblo


Imagínese usted un pueblo muy pequeño donde hay una señora vieja que tiene dos hijos, uno de 17 y una hija de 14. Está sirviéndoles el desayuno y tiene una expresión de preocupación. Los hijos le preguntan qué le pasa y ella les responde: -No sé, pero he amanecido con el presentimiento de que algo muy grave va a sucederle a este pueblo. Ellos se ríen de la madre. Dicen que esos son presentimientos de vieja, cosas que pasan. El hijo se va a jugar al billar, y en el momento en que va a tirar una carambola sencillísima, el otro jugador le dice: -Te apuesto un peso a que no la haces. Todos se ríen. Él se ríe. Tira la carambola y no la hace. Paga su peso y todos le preguntan qué pasó, si era una carambola sencilla. Contesta: -Es cierto, pero me ha quedado la preocupación de una cosa que me dijo mi madre esta mañana sobre algo grave que va a suceder a este pueblo. Todos se ríen de él, y el que se ha ganado su peso regresa a su casa, donde está con su mamá o una nieta o en fin, cualquier pariente. Feliz con su peso, dice: -Le gané este peso a Dámaso en la forma más sencilla porque es un tonto. -¿Y por qué es un tonto? -Hombre, porque no pudo hacer una carambola sencillísima estorbado con la idea de que su mamá amaneció hoy con la idea de que algo muy grave va a suceder en este pueblo. Entonces le dice su madre:-No te burles de los presentimientos de los viejos porque a veces salen. La pariente lo oye y va a comprar carne. Ella le dice al carnicero: -Véndame una libra de carne -y en el momento que se la están cortando, agrega-: Mejor véndame dos, porque andan diciendo que algo grave va a pasar y lo mejor es estar preparado. El carnicero despacha su carne y cuando llega otra señora a comprar una libra de carne, le dice: -Lleve dos porque hasta aquí llega la gente diciendo que algo muy grave va a pasar, y se están preparando y comprando cosas. Entonces la vieja responde: -Tengo varios hijos, mire, mejor deme cuatro libras. Se lleva las cuatro libras; y para no hacer largo el cuento, diré que el carnicero en media hora agota la carne, mata otra vaca, se vende toda y se va esparciendo el rumor. Llega el momento en que todo el mundo, en el pueblo, está esperando que pase algo. Se paralizan las actividades y de pronto, a las dos de la tarde, hace calor como siempre. Alguien dice: -¿Se ha dado cuenta del calor que está haciendo? -¡Pero si en este pueblo siempre ha hecho calor! (Tanto calor que es pueblo donde los músicos tenían instrumentos remendados con brea y tocaban siempre a la sombra porque si tocaban al sol se les caían a pedazos.) -Sin embargo -dice uno-, a esta hora nunca ha hecho tanto calor. -Pero a las dos de la tarde es cuando hay más calor. -Sí, pero no tanto calor como ahora. Al pueblo desierto, a la plaza desierta, baja de pronto un pajarito y se corre la voz: -Hay un pajarito en la plaza. Y viene todo el mundo, espantado, a ver el pajarito. -Pero señores, siempre ha habido pajaritos que bajan. -Sí, pero nunca a esta hora. Llega un momento de tal tensión para los habitantes del pueblo, que todos están desesperados por irse y no tienen el valor de hacerlo. -Yo sí soy muy macho -grita uno-. Yo me voy. Agarra sus muebles, sus hijos, sus animales, los mete en una carreta y atraviesa la calle central donde está el pobre pueblo viéndolo. Hasta el momento en que dicen: -Si éste se atreve, pues nosotros también nos vamos. Y empiezan a desmantelar literalmente el pueblo. Se llevan las cosas, los animales, todo. Y uno de los últimos que abandona el pueblo, dice: -Que no venga la desgracia a caer sobre lo que queda de nuestra casa -y entonces la incendia y otros incendian también sus casas. Huyen en un tremendo y verdadero pánico, como en un éxodo de guerra, y en medio de ellos va la señora que tuvo el presagio, clamando: -Yo dije que algo muy grave iba a pasar, y me dijeron que estaba loca. Gabriel García Marquez

jueves, 24 de mayo de 2007

El buscador


Esta es la historia de un hombre al que yo definiría como buscador...
Un buscador es alguien que busca, no necesariamente es alguien que encuentra.
Tampoco esa alguien que, necesariamente, sabe lo qué es lo que está buscando, es simplemente para quien su vida es una búsqueda.
Un día, el buscador sintió que debía ir hacia la ciudad de Kammir. El había aprendido a hacer caso riguroso a estas sensaciones que venían de un lugar desconocido de sí mismo, así que dejó todo y partió.
Después de dos días de marcha por los polvorientos caminos divisó, a lo lejos, Kammir. Un poco antes de llegar al pueblo, una colina a la derecha del sendero le llamó mucho la atención. Estaba tapizada de un verde maravilloso y había un montón de árboles, pájaros y flores encantadores; la rodeaba por completo una especie de valla pequeña de madera lustrada.
...Una portezuela de bronce lo invitaba a entrar.
De pronto, sintió que olvidaba el pueblo y sucumbió ante la tentación de descansar por un momento en ese lugar.
El buscador traspaso el portal y empezó a caminar lentamente entre las piedras blancas que estaban distribuidas como al azar, entre los árboles.
Dejó que sus ojos se posaran como mariposas en cada detalle de este paraíso multicolor.
Sus ojos eran los de un buscador, y quizás por eso descubrió, sobre una de las piedras, aquella inscripción…:

Abedul Tareg, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días

Se sobrecogió un poco al darse cuenta de que esa piedra no era simplemente una piedra, era una lápida.
Sintió pena al pensar que un niño de tan corta edad estaba enterrado en ese lugar.
Mirando a su alrededor, el hombre se dio cuenta de que la piedra de al lado también tenía una inscripción. Se acercó a leerla, decía:

Yamir Kalib, vivió 5 años, 8 meses, y 3 semanas

El buscador se sintió terriblemente conmocionado.
Este hermoso lugar era un cementerio y cada piedra, una tumba.
Una por una, empezó a leer las lápidas.
Todas tenían inscripciones similares: un nombre y el tiempo de vida exacto del muerto.
Pero lo que lo conectó con el espanto, fue comprobar que el que más tiempo había vivido apenas sobrepasaba 11 años...
Embargado por un dolor terrible se sentó y se puso a llorar.

El cuidador del cementerio, pasaba por ahí y se acercó.
Lo miró llorar por un rato en silencio y luego le preguntó si lloraba por algún familiar.

- No, ningún familiar - dijo el buscador - ¿qué pasa con este pueblo?, ¿qué cosa tan terrible hay en esta ciudad?. ¿Por qué tantos niños muertos enterrados en este lugar?, ¿cuál es la horrible maldición que pesa sobre esta gente, que lo ha obligado a construir un cementerio de chicos?!!!
El anciano sonrió y dijo:

- Puede Ud. serenarse. No hay tal maldición. Lo que pasa es que aquí tenemos una vieja costumbre. Le contaré...
Cuando un joven cumple quince años sus padres le regalan una libreta, como ésta que tengo aquí, colgando del cuello.
Y es tradición entre nosotros que a partir de allí, cada vez que uno disfruta intensamente de algo, abre la libreta y anota en ella:

a la izquierda, qué fue lo disfrutado…
a la derecha, cuánto tiempo duró el gozo.

Conoció a su novia, y se enamoró de ella. ¿Cuánto tiempo duró esa pasión enorme y el placer de conocerla?, ¿una semana?, ¿dos?, ¿tres semanas y media?…
Y después… la emoción del primer beso, el placer maravilloso del primer beso, ¿cuánto duró?, ¿el minuto y medio del beso?, ¿dos días?, ¿una semana?…
¿Y el embarazo o el nacimiento del primer hijo...?
¿y el casamiento de los amigos…?
¿y el viaje más deseado…?
¿y el encuentro con el hermano que vuelve de un país lejano…?
¿Cuánto tiempo duró el disfrutar de estas situaciones?…
¿horas?, ¿días?…

Así... vamos anotando en la libreta cada momento que disfrutamos... cada momento.

Cuando alguien se muere,
es nuestra costumbre,
abrir su libreta
y sumar el tiempo de lo disfrutado,
para escribirlo sobre su tumba,
porque Ese es, para nosotros,
el único y verdadero tiempo VIVIDO.
Jorge Bucay

viernes, 18 de mayo de 2007

La Funcion Del Lector

Cuando Lucía Peláez era muy niña, leyó una novela a
escondidas. La leyó a pedacitos, noche tras noche, ocult
ándola bajo la almohada. Ella la había robado de la
biblioteca de cedro donde el tío guardaba sus libros preferidos.
Mucho caminó Lucía después, mientras pasaban los
años. En busca de fantasmas caminó por los farallones
sobre el río Antioquía, y en busca de gente caminó por
las calles de las ciudades violentas.
Mucho caminó Lucía, y a lo largo de su viaje iba siempre
acompañada por los ecos de los ecos de aquellas
lejanas voces que ella había escuchado, con sus ojos, en
la infancia.
Lucía no ha vuelto a leer ese libro. Ya no lo reconocer
ía. Tanto lo ha crecido adentro que ahora es otro, ahora
es suyo.
Eduardo Galeano

jueves, 17 de mayo de 2007

LA CONSERVACION DE LOS RECUERDOS

Los famas para conservar sus recuerdos proceden a embalsamarlos en la siguiente forma: Luego de fijado el recuerdo con pelos y señales, lo envuelven de pies a cabeza en una sábana negra y lo colocan parado contra la pared de la sala, con un cartelito que dice: "Excursión a Quilmes", o: "Frank Sinatra".
Los cronopios, en cambio, esos seres desordenados y tibios, dejan los recuerdos sueltos por la casa, entre alegres gritos, y ellos andan por el medio y cuando pasa corriendo uno, lo acarician con suavidad y le dicen: "No vayas a lastimarte", y también: "Cuidado con los escalones." Es por eso que las casas de los famas son ordenadas y silenciosas, mientras en las de los cronopios hay una gran bulla y puertas que golpean. Los vecinos se quejan siempre de los cronopios, y los famas mueven la cabeza comprensivamente y van a ver si las etiquetas están todas en su sitio.
Julio Cortázar

miércoles, 16 de mayo de 2007

Como un explorador


Después de tanto tiempo al fin te has ido
y, en vez de lamentarme, he decidido
tomármelo con calma.
De par en par he abierto los balcones,
he sacudido el polvo a todos los rincones
de mi alma.
Me he dicho que la vida no es un valle
de lágrimas... y he salido a la calle
como un explorador.
He vuelto a tropezar con el pasado
y he decidido, en el bar de mis pecados,
otra copa de ron.
Y en otros ojos me olvidé de tu mirada
y en otros labios despisté a la madrugada
y en otro pelo
me curé del desconsuelo
que empapaba mi almohada.
Y en otros puertos he atracado mi velero
y en otros cuartos he colgado mi sombrero,
y una mañana
comprendí que a veces gana
el que pierde a una mujer.
Con el cartel de libre en la solapa
he vuelto a ser un guapo entre las guapas
chulapas de Madrid,
sólo me pongo triste cuando alguno,
en el momento más inoportuno,
me pregunta por ti.

Joaquín Sabina.

lunes, 14 de mayo de 2007

Sólo por Amor


Camino por mi camino.
Mi camino es una ruta con un solo carril, el mío.
A mi izquierda un muro eterno, separa mi camino del camino de alguien que transita a mi lado, del otro lado del muro.
De vez en cuando en este muro hay un agujero, una ventana, una hendidura... y puedo mirar hacia el camino de mi vecino o vecina.
Un día mientras camino, creo ver, del otro lado del muro, una figura que pasa a mi ritmo, en mi misma dirección.
Miro esa figura: es una mujer, es hermosa.
Ella también me ve. Me mira.
La vuelvo a mirar.
Le sonrío... y me sonríe.
Un momento después ella sigue andando su camino y yo apuro la marcha porque espero ansiosamente la próxima oportunidad de cruzarme con esa mujer.
En la próxima ventana me detengo un minuto.
Cuando ella llega, nos miramos a través de la ventana.
Parece tan encantada conmigo como yo con ella.
Le digo por señas lo mucho que ella me agrada.
Me contesta por señas. No sé si significan lo mismo que las mías, pero intuyo que ella entiende lo que quiero decirle.
Siento que me quedaría un largo rato mirándola y dejándome mirar, pero sé que mi camino continúa...
Me digo que más adelante en el camino, habrá seguramente una puerta y quizás pueda yo cruzar a encontrarme con ella.
Nada da más certeza que el deseo, así que me apuro por encontrar la puerta que imagino.
Empiezo a correr con la vista clavada en el muro.
Un poco más adelante la puerta aparece.
Allí está del otro lado, mi ahora deseada y amada compañera, esperando, esperándome.
Le hago un gesto, ella me devuelve un beso en el aire.
Me hace una seña como llamándome. Es todo lo que necesito.
Emprendo contra la puerta para reunirme con ella, de su lado del muro.
La puerta es muy estrecha, paso una mano, paso el hombro, hundo un poco la panza, me retuerzo un poquito sobre mí mismo, casi consigo pasar mi cabeza pero mi oreja derecha se queda trabada.
Empujo.
No hay caso, no pasa.
Y no puedo usar mi mano para torcerla, porque no podría poner ni un dedo allí...
No hay espacio para pasar con mi oreja, así que, tomo una decisión...
(Porque mi amada está allí, y me espera...).
(Porque es la mujer que siempre soñé y me llama...)
... Saco una navaja de mi bolsillo y de un sólo tajo rápido, me animo a darme un corte en la oreja para que mi cabeza pase por la puerta.
Y tengo éxito, mi cabeza consigue pasar...
Pero después de mi cabeza, veo que es mi hombro el que queda trabado.
La puerta, no tiene la forma de mi cuerpo.
Hago fuerza, pero no hay remedio, mi mano y mi cuerpo han pasado, pero mi otro hombro y mi otro brazo no pasan...
Ya nada me importa, así que...
Retrocedo, y sin pensar en las consecuencias, tomo envión y fuerzo mi paso por la puerta.
Al hacerlo, el golpe desarticula mi hombro y el brazo queda colgando como sin vida, pero ahora, afortunadamente, en una posición tal que no puedo atravezar la puerta...
Ya casi... casi, estoy del otro lado.
Justo cuando estoy a punto de terminar de pasar por la hendidura, me doy cuenta de que mi pie derecho se ha quedado enganchado del otro lado.
Por mucho que fuerzo y me esfuerzo, no puedo pasarlo.
No hay caso, la puerta es demasiado angosta para que mi cuerpo entero pase por ella.
Demasiado angosta, no pasan mis dos pies...
No lo dudo. Estoy ya casi al alcance de mi amada.
No puedo echarme atrás... Así que, agarro el hacha, y apretando los dientes, doy el golpe y desprendo la pierna.
Ensangrentado, a los saltos, apoyado en el hacha y con el brazo desarticulado, con una oreja y una pierna menos, me encuentro con mi amada.
Le digo:
- Aquí estoy. Por fin he pasado. Me miraste, te miré, me enamoré. He pagado todos los costos por ti... Todo vale en la guerra y el amor. No importan los sacrificios... valían la pena si eran para encontrarse contigo... para poder seguir juntos... juntos para siempre...
Ella me mira, se le escapa una mueca y me dice:
- Así no, así no quiero... A mí me gustabas cuando estabas entero.


Jorge Bucay

CARTA DEL JEFE INDIO SEATTLE (Carta al Presidente de los Estados Unidos, James Monroe, en 1819)

El gran jefe de Washington ha mandado hacernos saber que quiere comprarnos las tierras junto con palabras de buena voluntad. Mucho agradecemos este detalle porque de sobra conocemos la poca falta que le hace nuestra amistad. Queremos considerar el ofrecimiento porque también sabemos de sobra que, si no lo hiciéramos, los rostros pálidos nos arrebatarían las tierras con armas de fuego.
Pero, ¿cómo podéis comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esta idea nos resulta extraña. Ni el frescor del aire ni el brillo del agua son nuestros. ¿Cómo podrían ser comprados? Tenéis que saber que cada trozo de esta tierra es sagrado para mi pueblo. La hoja verde, la playa arenosa, la niebla en el bosque, el amanecer entre los árboles, los pardos insectos... son sagradas experiencias y memorias de mi pueblo. Los muertos del hombre blanco olvidan su tierra cuando comienzan el viaje a través de las estrellas. Nuestros muertos, en cambio, nunca se alejan de la tierra, que es la madre. Somos una parte de ella y la flor perfumada, el ciervo, el caballo y el águila majestuosa son nuestros hermanos. Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el hombre: todos pertenecen a la misma familia.
El agua cristalina que corre por los ríos y arroyuelos no es solamente agua, sino que también representa la sangre de nuestros antepasados. Si os la vendiésemos, tendríais que recordar que son sagradas y enseñarlo así a vuestros hijos. También los ríos son nuestros hermanos porque nos liberan de la sed, arrastran nuestras canoas y nos procuran los peces. Además, cada reflejo fantasmagórico en las claras aguas de los lagos cuenta los sucesos y memorias de la vida de nuestras gentes. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre. Sí, gran jefe de Washington: los ríos son nuestros hermanos y sacian nuestra sed, son portadores de nuestras canoas y alimento de nuestros hijos. Si os vendemos nuestra tierra, tendréis que recordar y enseñar a vuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos y que también lo son suyos. Y por lo tanto deben tratarlos con la misma dulzura con que se trata a un hermano.
Por supuesto que sabemos que el hombre blanco no entiende nuestra forma de ser. Tanto le da un trozo de tierra u otro, porque no la ve como hermana, sino como enemiga. Cuando ya la ha hecho suya, la desprecia y sigue caminando. Deja atrás la tumba de sus padres sin importarle. Secuestra la vida de sus hijos y tampoco le importa. Tanto la tumba de sus padres como el patrimonio de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, la tierra, y a su hermano, el firmamento, como objetos que se compran, se explotan y se venden como ovejas o cuentas de colores. Su apetito devora la tierra dejando detrás sólo un desierto.
No lo puedo entender. Vuestras ciudades hieren los ojos del hombre de piel roja. Quizá sea porque somos salvajes y no podemos comprenderlo. No hay un solo sitio tranquilo en las ciudades del hombre blanco. Ningún lugar donde se pueda escuchar en la primavera el despliegue de las hojas o el rumor de las alas de un insecto. Quizás es que soy un salvaje y no comprendo bien las cosas. El ruido de la ciudad es un insulto para el oído. Y yo me pregunto: ¿qué clase de vida tiene el hombre que no es capaz de escuchar el grito solitario de la garza o la discusión nocturna de las ranas alrededor de la balsa? Soy un piel roja y no lo puedo entender. Nosotros preferimos el suave susurro del viento sobre la superficie de un estanque así como el olor de ese mismo viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado con aromas de pinos.
Cuando el último piel roja haya desaparecido de esta tierra, cuando no sea más que un recuerdo su sombra, como el de una nube que pasa por la pradera, entonces estas riberas y estos bosques estarán poblados por el espíritu de mi pueblo. Porque nosotros amamos este país como ama el niño los latidos del corazón de su madre.
Si decidiese aceptar vuestra oferta tendré que poneros una condición: que el hombre blanco considere a los animales de estas tierras como hermanos. Soy un salvaje y no comprendo otro modo de vida.
Tengo vistos millares de búfalos pudriéndose abandonados en las praderas, muertos a tiros por el hombre blanco desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no comprendo cómo una máquina humeante puede importar más que el búfalo al que nosotros matamos sólo para sobrevivir.
¿Qué puede ser del hombre sin los animales? Si todos los animales desapareciesen, el hombre moriría en una gran soledad. Todo lo que le pasa a los animales muy pronto le sucederá también al hombre. Todas las cosas están ligadas.
Debéis enseñar a vuestros hijos que nosotros hemos enseñado a los nuestros que la tierra es nuestra madre. Todo lo que ocurre a la tierra le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, se escupen a sí mismos. De una cosa estamos bien seguros: la tierra no pertenece al hombre, es el hombre el que pertenece a la tierra. Todo va enlazado, como la sangre que une a una familia. Todo va enlazado. El hombre no tejió la trama de la vida. Él es sólo un hilo. Lo que hace con la trama se lo hace a sí mismo.
Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con él de amigo a amigo, queda exento del destino común. Después de todo, quizás seamos hermanos. Ya veremos.
Sabemos una cosa que quizá el hombre blanco descubra algún día: nuestro Dios es el mismo Dios. Vosotros podéis pensar que ahora Él os pertenece lo mismo que deseáis que nuestras tierras os pertenezcan. Pero no es así. Él es Dios de todos los hombres y su compasión alcanza por igual al piel roja y al hombre blanco. Esta tierra tiene un valor inestimable para Él y si se daña provocaría la ira del Creador.
También los blancos se extinguirán, quizás antes que las demás tribus. El hombre no ha tejido la red de la vida. Sólo es uno de esos hilos y está tentando a la desgracia si osa romper esa red. Todo está ligado entre sí como la sangre de una misma familia. Si ensuciáis vuestro lecho, cualquier noche moriréis sofocados por vuestros propios excrementos.
Pero vosotros caminaréis hacia la destrucción rodeados de gloria y espoleados por la fuerza de Dios, que os trajo a esta tierra y que por algún designio especial os dio dominio sobre ella y sobre el piel roja. Ese designio es un misterio para nosotros, pues no entendemos por qué se exterminan los búfalos, se doman los caballos salvajes, se saturan los rincones secretos de los bosques con el aliento de tantos hombres y se atiborra el paisaje de las exuberantes colinas con cables parlanchines.

¿Dónde está el bosque espeso? Desapareció.

¿Dónde está el águila? Desapareció.

Así se acaba la vida y sólo nos queda el recurso de intentar sobrevivir.

domingo, 13 de mayo de 2007

La luz es como el agua


En Navidad los niños volvieron a pedir un bote de remos. -De acuerdo -dijo el papá, lo compraremos cuando volvamos a Cartagena. Totó, de nueve años, y Joel, de siete, estaban más decididos de lo que sus padres creían. -No -dijeron a coro-. Nos hace falta ahora y aquí. -Para empezar -dijo la madre-, aquí no hay más aguas navegables que la que sale de la ducha. Tanto ella como el esposo tenían razón. En la casa de Cartagena de Indias había un patio con un muelle sobre la bahía, y un refugio para dos yates grandes. En cambio aquí en Madrid vivían apretados en el piso quinto del número 47 del Paseo de la Castellana. Pero al final ni él ni ella pudieron negarse, porque les habían prometido un bote de remos con su sextante y su brújula si se ganaban el laurel del tercer año de primaria, y se lo habían ganado. Así que el papá compró todo sin decirle nada a su esposa, que era la más reacia a pagar deudas de juego. Era un precioso bote de aluminio con un hilo dorado en la línea de flotación. -El bote está en el garaje -reveló el papá en el almuerzo-. El problema es que no hay cómo subirlo ni por el ascensor ni por la escalera, y en el garaje no hay más espacio disponible. Sin embargo, la tarde del sábado siguiente los niños invitaron a sus condiscípulos para subir el bote por las escaleras, y lograron llevarlo hasta el cuarto de servicio. -Felicitaciones -les dijo el papá ¿ahora qué? -Ahora nada -dijeron los niños-. Lo único que queríamos era tener el bote en el cuarto, y ya está. La noche del miércoles, como todos los miércoles, los padres se fueron al cine. Los niños, dueños y señores de la casa, cerraron puertas y ventanas, y rompieron la bombilla encendida de una lámpara de la sala. Un chorro de luz dorada y fresca como el agua empezó a salir de la bombilla rota, y lo dejaron correr hasta que el nivel llego a cuatro palmos. Entonces cortaron la corriente, sacaron el bote, y navegaron a placer por entre las islas de la casa. Esta aventura fabulosa fue el resultado de una ligereza mía cuando participaba en un seminario sobre la poesía de los utensilios domésticos. Totó me preguntó cómo era que la luz se encendía con sólo apretar un botón, y yo no tuve el valor de pensarlo dos veces. -La luz es como el agua -le contesté: uno abre el grifo, y sale. De modo que siguieron navegando los miércoles en la noche, aprendiendo el manejo del sextante y la brújula, hasta que los padres regresaban del cine y los encontraban dormidos como ángeles de tierra firme. Meses después, ansiosos de ir más lejos, pidieron un equipo de pesca submarina. Con todo: máscaras, aletas, tanques y escopetas de aire comprimido. -Está mal que tengan en el cuarto de servicio un bote de remos que no les sirve para nada -dijo el padre-. Pero está peor que quieran tener además equipos de buceo. -¿Y si nos ganamos la gardenia de oro del primer semestre? -dijo Joel. -No -dijo la madre, asustada-. Ya no más. El padre le reprochó su intransigencia. -Es que estos niños no se ganan ni un clavo por cumplir con su deber -dijo ella-, pero por un capricho son capaces de ganarse hasta la silla del maestro. Los padres no dijeron al fin ni que sí ni que no. Pero Totó y Joel, que habían sido los últimos en los dos años anteriores, se ganaron en julio las dos gardenias de oro y el reconocimiento público del rector. Esa misma tarde, sin que hubieran vuelto a pedirlos, encontraron en el dormitorio los equipos de buzos en su empaque original. De modo que el miércoles siguiente, mientras los padres veían El último tango en París, llenaron el apartamento hasta la altura de dos brazas, bucearon como tiburones mansos por debajo de los muebles y las camas, y rescataron del fondo de la luz las cosas que durante años se habían perdido en la oscuridad. En la premiación final los hermanos fueron aclamados como ejemplo para la escuela, y les dieron diplomas de excelencia. Esta vez no tuvieron que pedir nada, porque los padres les preguntaron qué querían. Ellos fueron tan razonables, que sólo quisieron una fiesta en casa para agasajar a los compañeros de curso. El papá, a solas con su mujer, estaba radiante. -Es una prueba de madurez -dijo. -Dios te oiga -dijo la madre. El miércoles siguiente, mientras los padres veían La Batalla de Argel , la gente que pasó por la Castellana vio una cascada de luz que caía de un viejo edificio escondido entre los árboles. Salía por los balcones, se derramaba a raudales por la fachada, y se encauzó por la gran avenida en un torrente dorado que iluminó la ciudad hasta el Guadarrama. Llamados de urgencia, los bomberos forzaron la puerta del quinto piso, y encontraron la casa rebosada de luz hasta el techo. El sofá y los sillones forrados en piel de leopardo flotaban en la sala a distintos niveles, entre las botellas del bar y el piano de cola y su mantón de Manila que aleteaba a media agua como una mantarraya de oro. Los utensilios domésticos, en la plenitud de su poesía, volaban con sus propias alas por el cielo de la cocina. Los instrumentos de la banda de guerra, que los niños usaban para bailar, flotaban al garete entre los peces de colores liberados de la pecera de mamá, que eran los únicos que flotaban vivos y felices en la vasta ciénaga iluminada. En el cuarto de baño flotaban los cepillos de dientes de todos, los preservativos de papá, los pomos de cremas y la dentadura de repuesto de mamá, y el televisor de la alcoba principal flotaba de costado, todavía encendido en el último episodio de la película de media noche prohibida para niños. Al final del corredor, flotando entre dos aguas, Totó estaba sentado en la popa del bote, aferrado a los remos y con la máscara puesta, buscando el faro del puerto hasta donde le alcanzó el aire de los tanques, y Joel flotaba en la proa buscando todavía la altura de la estrella polar con el sextante, y flotaban por toda la casa sus treinta y siete compañeros de clase, eternizados en el instante de hacer pipí en la maceta de geranios, de cantar el himno de la escuela con la letra cambiada por versos de burla contra el rector, de beberse a escondidas un vaso de brandy de la botella de papá. Pues habían abierto tantas luces al mismo tiempo que la casa se había rebosado, y todo el cuarto año elemental de la escuela de San Julián el Hospitalario se había ahogado en el piso quinto del número 47 del Paseo de la Castellana. En Madrid de España, una ciudad remota de veranos ardientes y vientos helados, sin mar ni río, y cuyos aborígenes de tierra firme nunca fueron maestros en la ciencia de navegar en la luz.

lunes, 7 de mayo de 2007

SOY (guiño a Galeano)


Silva el viento dentro de mi.Estoy desnudo.Dueño de nada,dueño de nadie,ni siquiera dueño de mis certezas, soy mi cara en el viento, a contraviento, y soy el viento que me golpea la cara.
Eduardo Galeano
Soy la nada y el todo
soy lo único que tengo
desnuda, soy transparente
sin sombra ni secretos,
todo lo cuento, todo se escapa
traslúcida me vuelvo
no me ves, nada poseo
no soy dueña ni de mis sueños...
De nadie que quiso ser alguien, y se quedó en el intento

sábado, 5 de mayo de 2007

El reflejo


Cuando murió Narciso las flores de los campos quedaron desoladas y solicitaron al río gotas de agua para llorarlo.
-¡Oh! -les respondió el río- aun cuando todas mis gotas de agua se convirtieran en lágrimas, no tendría suficientes para llorar yo mismo a Narciso: yo lo amaba.
-¡Oh! -prosiguieron las flores de los campos- ¿cómo no ibas a amar a Narciso? Era hermoso.
-¿Era hermoso? -preguntó el río.
-¿Y quién mejor que tú para saberlo? -dijeron las flores-. Todos los días se inclinaba sobre tu ribazo, contemplaba en tus aguas su belleza...
-Si yo lo amaba -respondió el río- es porque, cuando se inclinaba sobre mí, veía yo en sus ojos el reflejo de mis aguas.
Oscar Wilde

El avaro y el oro

Un avaro vendió todo lo que tenía de más y compró una pieza de oro, la cual enterró en la tierra a la orilla de una vieja pared y todos los días iba a mirar el sitio.
Uno de sus vecinos observó sus frecuentes visitas al lugar y decidió averiguar que pasaba. Pronto descubrió lo del tesoro escondido, y cavando, tomó la pieza de oro, robándosela.
El avaro, a su siguiente visita encontró el hueco vacío y jalándose sus cabellos se lamentaba amargamente.
Entonces otro vecino, enterándose del motivo de su queja, lo consoló diciéndole:
-Da gracias de que el asunto no es tan grave. Ve y trae una piedra y colócala en el hueco. Imagínate entonces que el oro aún está allí. Para ti será lo mismo que aquello sea o no sea oro, ya que de por sí no harías nunca ningún uso de él.
“Valora las cosas por lo que sirven, no por lo que aparentan”.
Esopo

viernes, 4 de mayo de 2007

Al alba


En mitad de la noche, Alba se despertó, abrió los ojos y se hizo de día en mitad de la noche.
Cada vez intentaba llegar antes. Corrió a mirar el cielo. Una vez más no consiguió contemplarla, una vez mas había llegado tarde.
Enfadada por su desgracia, volvió a la cama y cerró los ojos. A sus pies un pueblo dormido había sido ajeno al primer amanecer fugaz a las cuatro de la mañana.
Ese mismo pueblo, tampoco llegó a conocer a la triste Alba que nunca pudo contemplar la noche.

miércoles, 2 de mayo de 2007

Leyenda Gitana


En un bosque, antaño, vivía una joven gitana en compañía de su padre, de su madre y de sus cuatro hermanos. La bella Mará estaba enamorada de un cazador extranjero; y, a pesar de su belleza y de su poder de seducción, no conseguía atraer la atención del valeroso gachó. Entonces recurrió al Diablo. Éste, más que contento, prometió ayudarla, pero con la condición de que ella le entregase a sus cuatro hermanos, a los que convirtió en cuatro cuerdas; luego a su padre, del que hizo una caja de resonancia, y luego a su madre, de la que hizo un arco de violín. De estas cinco almas vendidas nació el violín. Mará aprendió a tocarlo, y pronto la música fascinó al cazador, que no pudo resistirse a los encantos de la bella. Pero el Diablo, no siempre satisfecho, reapareció de repente y se los llevó a los dos. Únicamente quedó en el suelo el violín abandonado. Un día, un pobre gitano que pasaba por allí, lo recogió, lo acarició y fue, de pueblo en pueblo, a sembrar risas y llantos.

martes, 1 de mayo de 2007

El Otro Lado de los Cuentos


Vísperas de carnaval
A ella no le gusta el sol
Y nos sentamos a charlar
De la locura.
No sé qué me quiso decir,
No la puedo descifrar
Pero cada vez que abre la boca
Me deslumbra.


Siempre está del otro lado de los cuentos.
Siempre está del otro lado de los cuentos.


Y me hace feliz.
Nos vimos sólo una vez más,
Ella decidió el lugar,
Quedaba justo al otro lado
De su planeta.
Ni siquiera la besé,
Mi boca nunca se animó.
Solo le rocé la piel blanca
De sus manos.


Siempre está del otro lado de los cuentos...


Todo terminó tan mal,
Creo que no la abarqué.
Sigo buscando en la sal
Cada respuesta.


Un día se voló la sien
Yo arrojé su cuerpo al mar,
Y prometí volverla a ver
En cuanto pueda.


Oh, oh, mi amor.
No me dejes de este lado de los cuentos
No me dejes de este lado de los cuentos
Que me hace sufrir.

lunes, 30 de abril de 2007

La pasion de decir 1



Marcela estuvo en las nieves del norte. En Oslo, una
noche conoció a una mujer que canta y cuenta. Entre
canción y canción, esa mujer cuenta buenas historias, y
las cuenta vichando papelitos, como quien lee la suerte
de soslayo.
Esa mujer de Oslo, viste una falda inmensa, toda llena
de bolsillos. De los bolsillos va sacando papelitos,
uno por uno, y en cada papelito hay una buena historia
para contar, una historia de fundación y fundamento y
en cada historia hay gente que quiere volver a vivir por
arte de brujería. Y así ella va resucitando a los olvidados
y a los muertos: y de las profundidades de esa falda van
brotando los andares y los amares del bicho humano,
que viviendo, que diciendo va.

LAS ALAS SON PARA VOLAR



... Y cuando se hizo grande, su padre le dijo:
— Hijo mío, no todos nacen con alas. Y si bien es cierto que no tienes obligación de volar, me parece que sería penoso que te limitaras a caminar, teniendo las alas que el buen Dios te ha dado.
— Pero yo no sé volar –contestó el hijo.
— Es verdad... –dijo el padre y caminando lo llevó hasta el borde del abismo en la montaña.
— Ves, hijo, este es el vacío. Cuando quieras volar vas a pararte aquí, vas a tomar aire, vas a saltar al abismo y extendiendo las alas, volarás.
El hijo dudó:
— ¿Y si me caigo?
— Aunque te caigas no morirás, sólo algunos machucones que te harán más fuerte para el siguiente intento –contestó el padre.
El hijo volvió al pueblo, a sus amigos, a sus pares, a sus compañeros con los que había caminado toda su vida.
Los más pequeños de mente le dijeron:
— ¿Estás loco? ¿Para qué? Tu viejo está medio zafado... ¿Qué vas a buscar volando? ¿Por qué no te dejas de pavadas? ¿Quién necesita volar?
Los más amigos le aconsejaron:
— ¿Y si fuera cierto? ¿No será peligroso? ¿Por qué no empiezas despacio? Prueba tirarte desde una escalera o desde la copa de un árbol, pero... ¿desde la cima?
El joven escuchó el consejo de quienes le querían. Subió a la copa de un árbol y, llenándose de coraje, saltó. Desplegó las alas, las agitó en el aire con todas sus fuerzas pero, desgraciadamente, se precipitó a tierra.Con un gran chichón en la frente, se cruzó con su padre. -¡Me mentiste! No puedo volar. Lo he probado y ¡mira el golpe que me he dado! No soy como tú. Mis alas sólo son de adorno. -Hijo mío- dijo el padre -. Para volar, hay que crear el espacio de aire libre necesario para que las alas se desplieguen. Es como tirarse en paracaídas: necesitas cierta altura antes de saltar. Para volar hay que empezar asumiendo riesgos.
Si no quieres, lo mejor quizás sea resignarse y seguir caminando para siempre.

domingo, 29 de abril de 2007

Mensaje número uno

Hay aparatos fascinantes. Tal vez el más fascinante de todos sea el contestador automático.Ayer llamé por error a mi propia casa. Cinco tonos después me escuché a mí mismo lamentándome por no poder atenderme y sugiriéndome –ya saben- que me dejara un mensaje al oír la señal.No parecía mi voz. Me avergonzó su tono, su fingida cordialidad, el sinsentido del enunciado y no pude menos que llamarme “capullo” después del pitido.
Desde ese día –soy muy sensible- mi contestador lo atiende una señorita de Telefónica.Cada vez telefoneo más a menudo a mi domicilio: me excita tanto imaginar su voz quebrando el silencio del piso vacío que me atrevo a hacerle las proposiciones más indecentes.
Ella –es tan seria- se queda muda.

Aster Navas

jueves, 26 de abril de 2007

cancion otoñal


CANCION OTOÑAL
Noviembre de 1918. (Granada.)

Hoy siento en el corazón
un vago temblor de estrellas,
pero mi senda se pierde
en el alma de la niebla.
La luz me troncha las alas
y el dolor de mi tristeza

va mojando los recuerdos
en la fuente de la idea.

Todas las rosas son blancas,
tan blancas como mi pena,
y no son las rosas blancas.
que ha nevado sobre ellas.
Antes tuvieron el iris.
También sobre el alma nieva.
La nieve del alma tiene
copos de besos y escenas
que se hundieron en la sombra
o en la luz del que las piensa.

La nieve cae de las rosas
pero la del alma queda,
y la garra de los años
hace un sudario con ellas.

¿Se deshelará la nieve
cuando la muerte nos lleva?
¿O después habrá otra nieve
y otras rosas más perfectas?

¿Será la paz con nosotros
como Cristo nos enseña?
¿O nunca será posible
la solución del problema?

¿Y si el amor nos engaña?
¿Quién la vida nos alienta
si el crepúsculo nos hunde
en la verdadera ciencia

del bien que quizá no exista
y del mal que late cerca?

¿Si la esperanza se apaga
y la Babel se comienza
qué antorcha iluminará
los caminos en la Tierra?

¿Si el azul es un ensueño
qué será de la inocencia?
¿Qué será del corazón
si el amor no tiene flechas?

¿Y si la muerte es la muerte
qué será de los poetas
y de las cosas dormidas
que ya nadie las recuerda?
¡Oh sol de las esperanzas!
¡Agua clara! ¡Luna nueva!
¡Corazones de los niños!
¡Almas rudas de las piedras!
Hoy siento en el corazón
un vago temblor de estrellas
y todas las rosas son
tan blancas como mi pena.

La mujer

Un hombre sueña que ama a una mujer. La mujer huye. El hombre envía en su persecución los perros de su deseo. La mujer cruza un puente sobre un río, atraviesa un muro, se eleva sobre una montaña. Los perros atraviesan el río a nado, saltan el muro y al pie de la montaña se detienen jadeando. El hombre sabe, en su sueño, que jamás en su sueño podrá alcanzarla. Cuando despierta, la mujer está a su lado y el hombre descubre, decepcionado, que ya es suya.
(Ana María Shua)

miércoles, 25 de abril de 2007


Vi en el reloj de la pequeña estación que eran las once de la noche pasadas. Fui caminando hasta el hotel. Sentí, como otras veces, la resignación y el alivio que nos infunden los lugares muy conocidos. El ancho portón estaba abierto; la quinta, a oscuras. Entré en el vestíbulo, cuyos espejos pálidos repetían las plantas del salón. Curiosamente el dueño no me reconoció y me tendió el registro. Tomé la pluma que estaba sujeta al pupitre, la mojé en el tintero de bronce y al inclinarme sobre el libro abierto, ocurrió la primera sorpresa de las muchas que me depararía esa noche. Mi nombre, Jorge Luis Borges, ya estaba escrito y la tinta, todavía fresca.
El dueño me dijo:
-Yo creí que usted ya había subido.
Luego me miró bien y se corrigió:
-Disculpe, señor El otro se le parece tanto, pero, usted es más joven.
Le pregunté:
-¿Qué habitación tiene?
-Pidió la pieza 19 -fue la respuesta.
Era lo que yo había temido.
Solté la pluma y subí corriendo las escaleras. La pieza 19 estaba en el segundo piso y daba a un pobre patio desmantelado en el que había una baranda y, lo recuerdo, un banco de plaza. Era el cuarto más alto del hotel. Abrí la puerta que cedió. No habían apagado la araña. Bajo la despiadada luz me reconocí. De espaldas en la angosta cama de fierro, más viejo, enflaquecido y muy pálido, estaba yo, los ojos perdidos en las altas molduras de yeso. Me llegó la voz. No era precisamente la mía; era la que suelo oír en mis grabaciones, ingrata y sin matices.
-Qué raro -decía- somos dos y somos el mismo. Pero nada es raro en los sueños.
Pregunté asustado:
-Entonces, ¿todo esto es un sueño?
-Es, estoy seguro, mi último sueño.
Con la mano mostró el frasco vacío sobre el mármol de la mesa de luz.
-Vos tendrás mucho que soñar, sin embargo, antes de llegar a esta noche. ¿En qué fecha estás?
-No sé muy bien -le dije aturdido-. Pero ayer cumplí sesenta y un años.
-Cuando tu vigilia llegue a esta noche, habrás cumplido, ayer, ochenta y cuatro. Hoy estamos a 25 de agosto de 1983.
-Tantos años habrá que esperar -murmuré.
-A mí ya no me está quedando nada -dijo con brusquedad-. En cualquier momento puedo morir, puedo perderme en lo que no sé y sigo soñando con el doble. El fatigado tema que me dieron los espejos y Stevenson.
Sentí que la evocación de Stevenson era una despedida y no un rasgo pedante. Yo era él y comprendía. No bastan los momentos más dramáticos para ser Shakespeare y dar con frases memorables. Para distraerlo, le dije:
-Sabía que esto te iba a ocurrir. Aquí mismo hace años, en una de las piezas de abajo, iniciamos el borrador de la historia de este suicidio.
-Sí -me respondió lentamente, como si juntara recuerdos-. Pero no veo la relación. En aquel borrador yo había sacado un pasaje de ida para Adrogué, y ya en el hotel Las Delicias había subido a la pieza 19, la más apartada de todas. Ahí me había suicidado.
-Por eso estoy aquí -le dije.
-¿Aquí? Siempre estamos aquí. Aquí te estoy soñando en la casa de la calle Maipú. Aquí estoy yéndome, en el cuarto que fue de madre.
-Que fue de madre -repetí, sin querer entender-. Yo te sueño en la pieza 19, en el patio de arriba.
-¿Quién sueña a quién? Yo sé que te sueño, pero no sé si estás soñándome. El hotel de Adrogué fue demolido hace ya tantos años, veinte, acaso treinta. Quién sabe.
-El soñador soy yo -repliqué con cierto desafío.
-No te das cuenta que lo fundamental es averiguar si hay un solo hombre soñando o dos que se sueñan.
-Yo soy Borges, que vio tu nombre en el registro y subió.
-Borges soy yo, que estoy muriéndome en la calle Maipú.
Hubo un silencio, el otro me dijo:
-Vamos a hacer la prueba. ¿Cuál ha sido el momento más terrible de nuestra vida?
Me incliné sobre él y los dos hablamos a un tiempo. Sé que los dos mentimos.
Una tenue sonrisa iluminó el rostro envejecido. Sentí que esa sonrisa reflejaba, de algún modo, la mía.
-Nos hemos mentido -me dijo- porque nos sentimos dos y no uno. La verdad es que somos dos y somos uno.
Esa conversación me irritaba. Así se lo dije.
Agregué:
-Y vos, en 1983, ¿no vas a revelarme nada sobre los años que me faltan?
-¿Qué puedo decirte, pobre Borges? Se repetirán las desdichas a que ya estás acostumbrado. Quedarás solo en esta casa. Tocarás los libros sin letras y el medallón de Swedenborg y la bandeja de madera con la Cruz Federal. La ceguera no es la tiniebla; es una forma de la soledad. Volverás a Islandia.
-¡Islandia! ¡Islandia de los mares!
-En Roma, repetirás los versos de Keats, cuyo nombre, como el de todos, fue escrito en el agua.
-No he estado nunca en Roma.
-Hay también otras cosas. Escribirás nuestro mejor poema, que será una elegía.
-A la muerte de... -dije yo. No me atreví a decir el nombre.
-No. Ella vivirá más que vos.
Quedamos silenciosos. Prosiguió:
-Escribirás el libro con el que hemos soñado tanto tiempo. Hacia 1979 comprenderás que tu supuesta obra no es otra cosa que una serie de borradores, de borradores misceláneos, y cederás a la vana y supersticiosa tentación de escribir tu gran libro. La superstición que nos ha infligido el Fausto de Goethe, Salammbó, el Ulysses. Llené, increíblemente, muchas páginas.
-Y al final comprendiste que habías fracasado.
-Algo peor Comprendí que era una obra maestra en el sentido más abrumador de la palabra. Mis buenas intenciones no habían pasado de las primeras páginas; en las otras estaban los laberintos, los cuchillos, el hombre que se cree una imagen, el reflejo que se cree verdadero, el tigre de las noches, las batallas que vuelven en la sangre, Juan Muraña ciego y fatal, la voz de Macedonio, la nave hecha con las uñas de los muertos, el inglés antiguo repetido en las tardes.
-Ese museo me es familiar -observé con ironía.
-Además, los falsos recuerdos, el doble juego de los símbolos, las largas enumeraciones, el buen manejo del prosaísmo, las simetrías imperfectas que descubren con alborozo los críticos, las citas no siempre apócrifas.
-¿Publicaste ese libro?
-jugué, sin convicción, con el melodramático propósito de destruirlo, acaso por el fuego. Acabé por publicarlo en Madrid, bajo un seudónimo. Se habló de un torpe imitador de Borges, que tenía el defecto de no ser Borges y de haber repetido lo exterior del modelo.
-No me sorprende -dije yo-. Todo escritor acaba por ser su menos inteligente discípulo.
-Ese libro fue uno de los caminos que me llevaron a esta noche. En cuanto a los demás... La humillación de la vejez, la convicción de haber vivido ya cada día...
-No escribiré ese libro -dije.
-Lo escribirás. Mis palabras, que ahora son el presente, serán apenas la memoria de un sueño.
Me molestó su tono dogmático, sin duda el que uso en mis clases. Me molestó que nos pareciéramos tanto y que aprovechara la impunidad que le daba la cercanía de la muerte. Para desquitarme, le dije:
-¿Tan seguro estás de que vas a morir?
-Sí -me replicó-. Siento una especie de dulzura y de alivio, que no he sentido nunca. No puedo comunicarlo. Todas las palabras requieren una experiencia compartida. ¿Por qué parece molestarte tanto lo que te digo?
-Porque nos parecemos demasiado. Aborrezco tu cara, que es mi caricatura, aborrezco tu voz, que es mi remedo, aborrezco tu sintaxis patética, que es la mía.
-Yo también -dijo el otro-. Por eso resolví suicidarme.
Un pájaro cantó desde la quinta.
-Es el último -dijo el otro.
Con un gesto me llamó a su lado. Su mano buscó la mía. Retrocedí; temí que se confundieran las dos.
Me dijo:
-Los estoicos enseñan que no debemos quejamos de la vida; la puerta de la cárcel está abierta. Siempre lo entendí así, pero la pereza y la cobardía me demoraron. Hará unos doce días, yo daba una conferencia en La Plata sobre el Libro VI de la Eneida. De pronto, al escandir un hexámetro, supe cuál era mi camino. Tomé esta decisión. Desde aquel momento me sentí invulnerable. Mi suerte será la tuya, recibirás la brusca revelación, en medio del latín y de Virgilio y ya habrás olvidado enteramente este curioso diálogo profético, que transcurre en dos tiempos y en dos lugares. Cuando lo vuelvas a soñar, serás el que soy y tú serás mi sueño.
-No lo olvidaré y voy a escribirlo mañana.
-Quedará en lo profundo de tu memoria, debajo de la marea de los sueños. Cuando lo escribas, creerás urdir un cuento fantástico. No será mañana, todavía te faltan muchos años.
Dejó de hablar, comprendí que había muerto. En cierto modo yo moría con él; me incliné acongojado sobre la almohada y ya no había nadie.
Huí de la pieza. Afuera no estaba el patio, ni las escaleras de mármol, ni la gran casa silenciosa, ni los eucaliptus, ni las estatuas, ni la glorieta, ni las fuentes, ni el portón de la verja de la quinta en el pueblo de Adrogué.
Afuera me esperaban otros sueños.