viernes, 19 de octubre de 2007

CALLEJÓN


Del oscuro callejón provenía aquel grito de auxilio y no me lo pensé dos veces aunque no me las doy de valiente ni arrojado.
Ella sostenía un forcejeo con un tipo flaco y mal vestido. Grité para asustarle antes de abalanzarme sobre él y debió de ser en ese mismo momento cuando recibí el terrible golpe en la cabeza.
Volví a la vida al parecer bastantes horas después y en el hospital, durante muchos días, no fui capaz de recordar nada de lo sucedido, ni siquiera mi nombre.
La mujer que había intentado auxiliar no se separaba de mí, según me dijeron luego. Desapareció cuando recobré la memoria. Había dejado una nota en la recepción del hospital:
“Le ruego me perdone por haberle golpeado y haber puesto en peligro su vida --decía--. Es terrible para una madre verse atacada por su propio hijo y sentirse deudora, hasta tal extremo, de un instinto de conservación tan atávico. Desde que era un niño nunca pude soportar que nadie le pusiera la mano encima”.

Luis Mateo Díez

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