domingo, 29 de abril de 2007

Mensaje número uno

Hay aparatos fascinantes. Tal vez el más fascinante de todos sea el contestador automático.Ayer llamé por error a mi propia casa. Cinco tonos después me escuché a mí mismo lamentándome por no poder atenderme y sugiriéndome –ya saben- que me dejara un mensaje al oír la señal.No parecía mi voz. Me avergonzó su tono, su fingida cordialidad, el sinsentido del enunciado y no pude menos que llamarme “capullo” después del pitido.
Desde ese día –soy muy sensible- mi contestador lo atiende una señorita de Telefónica.Cada vez telefoneo más a menudo a mi domicilio: me excita tanto imaginar su voz quebrando el silencio del piso vacío que me atrevo a hacerle las proposiciones más indecentes.
Ella –es tan seria- se queda muda.

Aster Navas

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